Es el tercer planeta rocoso, o habría que decir líquido. Y no solo porque las tres cuartas partes de su superficie estén cubiertas de agua, sino porque en su interior todo es viscoso o líquido. Sobre esta viscosidad flotan y se desplazan las placas tectónicas que componen la corteza terrestre. Y a veces, estos desplazamientos, aunque lentos y apenas apreciables, provocan los grandes terremotos. Porque habitamos un planeta vivo, que nunca descansa.

Diámetro: 12.742 km
Circunferencia: 40.075 km.
Masa: 5,972 × 10^24 kgs
Densidad: 5,51 g/cm³
Inclinación del eje: 23,5º
Temperatura en su superficie: 14ºC de media
Temperatura interior (núcleo): 6700ºC
Distancia del Sol: 149,6 millones de km.
Duración orbital (año): 365 días, 5 horas, 57 minutos.
Periodo de rotación (duración del día): 23 horas, 56 minutos, y 4 segundos.
Satélites: 1

La Tierra es el más grande de los planetas rocosos y es el único que tiene un satélite que por sí solo ya podría llamarse planeta. De hecho, algunos astrónomos sugieren que el conjunto Tierra-Luna bien podría considerarse un planeta doble.

Un núcleo muy pesado y un manto de doble capa

El núcleo de la tierra mide aproximadamente 7.000 kilómetros de diámetro, más que el planeta Marte. Este núcleo, compuesto mayormente por hierro y un porcentaje menor de níquel está en estado líquido debido a sus enormes temperaturas, unos 6.500ºC, una temperatura superior a las registradas en la superficie solar. Este núcleo, a su vez, posee otro núcleo menor, y se cree que es sólido y que gira ligeramente más rápido que el resto del planeta. Al núcleo lo recubre el manto inferior, y a este el manto superior. El superior comienza a una profundidad media de 35 kilómetros y el inferior a unos 665. Las temperaturas varían entre los 600ºC de las zonas que hacen contacto con la corteza hasta los 3.000ºC en las zonas más profundas. A estas temperaturas, todo hace pensar que bajo nuestros pies solo hay lava volcánica y que el planeta entero es una bola líquida. Sin embargo, las altas presiones hacen que el manto se mantenga medianamente sólido, aunque más bien es un amasijo de rocas en estado viscoso, semiderretidas, a punto de ser moldeadas para hacer tinajillas, horzas para meter chorizos en aceite y esas cosas.

Cinturones de Van Allen

Protección por encima de todo

La Tierra tiene sus propios sistemas de protección que ya la quisieran para sí los Estados Unidos o Rusia. Lo hemos visto muchas veces en películas de ciencia ficción: Son esas esferas transparentes que hacen de escudos protectores ante ataques enemigos. Pues la Tierra posee dos tipos de escudos protectores y son reales. El primer sistema son los cinturones de Van Allen. Son anillos compuestos de protones y electrones que nos protegen de las radiaciones solares, que de no ser neutralizadas serían letales para la vida en la Tierra. ¿Y qué es lo que crea esta maravillosa estructura protectora? El núcleo terrestre actúa como una gigantesca dinamo y crea corrientes eléctricas capaces de provocar el magnetismo terrestre. Este magnetismo, aparte de crear el efecto que todos conocemos en los polos norte y sur (y que se invierte cada cierto tiempo) es el responsable también de los cinturones de Van Allen, conocidos así en honor a su descubridor.

El segundo sistema de protección podemos verlo a simple vista, solo tenemos que levantar la cabeza y mirar al cielo: es la atmósfera. Sus múltiples capas ayudan a filtrar los rayos nocivos que es escapan al sistema antes descrito. Pero hace mucho más que eso, pues la atmósfera actúa como filtro ante los miles o millones de meteoritos que bombardean la Tierra a todas horas pero que afortunadamente se derriten al contacto con ella. Pero la atmósfera es además, un sistema multiusos, pues sirve para regular los ciclos del agua, regula la temperatura terrestre para que no ocurra como en otros planetas, que pasa de extremos muy fríos a muy calientes, y para que podamos respirar.

La placa tectónica de la India comenzó a incrustarse bajo la de Eurasia hace 70 millones de años

Unas placas que no paran

Las placas tectónicas no paran de moverse y esto ha sido lo que ha configurado el mapamundi actual. Se cree, y hay motivos para creerlo, que toda la tierra emergida estaba junta. Solo hay que mirar las figuras de los continentes para darse cuenta de que encajarían unos con otros como las piezas de un rompecabezas. El motivo por el que se mueven ya lo hemos visto. La corteza terrestre, con una media de espesor de unos 35 kilómetros flota sobre el manto que no está del todo solidificado. Por lo tanto, la corteza resbala, se mueve debido a la rotación. Vivimos sobre una cáscara que se resquebraja. Y aún así, se mantiene casi estable. La estructura de los continentes es la misma desde que comenzaron a dibujarse los primeros mapas. Eso quiere decir que la deriva de los continentes es lenta, desesperadamente lenta. Si tuviéramos que esperar a saludar a nuestros parientes de otro continente esperando a que se juntaran podríamos esperar en una silla que fuera muy cómoda y llevarnos unas cuantas bolsas de pipas, porque íbamos a esperar un buen rato. Además, los continentes no tienden a juntarse, sino a separarse. Esto es, América se separa de África y Europa, y a su vez Asia parece resquebrajares y abrirse paso hacia el Pacífico, donde algún día muy muy lejano, posiblemente se encuentre con América, y todo esto, a un pasito tan lento como solo unos milímetros al año. No nos bastarán las pipas.

Las arrugas de la Tierra

Todos estos movimientos, aunque lentos, provocan estragos en el interior de la Tierra (no digamos en el exterior) donde las placas chocan entre sí y otras veces llegan a empotrarse unas debajo de las otras. Todo muy despacio, pero sin pausa. Las pruebas de tales cataclismos están visibles: son las cadenas montañosas. En otros planetas como Marte no existen. Parece como si al solidificarse hubiera habido solo erupciones volcánicas para luego apagarse el planeta entero. Sin placas tectónicas no hay movimientos, ni arrugas, ni cadenas montañosas, solo algunas montañas aisladas que un día fueron volcanes. En la Tierra las montañas de origen volcánico las distinguimos fácilmente por su forma cónica. Incluso hay islas y archipiélagos enteros formados por sus erupciones. Pero las grandes cadenas montañosas se formaron al arremeter una placa tectónica contra la otra. Si lo del continente único es cierto (y todo apunta a que lo es) nuestra Península Ibérica estuvo una vez encajonada entre los cinco continentes hoy conocidos, justo en el centro. Tanta presión sufrimos que no es raro que seamos uno de los países más arrugados de Europa, de los más montañosos.

Pero para montañas y ejemplo de movimientos sísmicos, nada como echarle un vistazo al Himalaya, donde se encuentra, quizás el ejemplo más dramático del paisaje terrestre. Allí se encuentran los famosos ochomiles, catorce montañas que superan los 8.000 metros, siendo el más alto de ellos el Everett, con 8.848 metros de altitud. El sistema montañoso más grande de la Tierra se formó al incrustarse la placa tectónica de la India bajo la de Eurasia. La India viajaba hacia el norte a una velocidad de 15 centímetros al año. El mar que separaban a ambas placas (llamado Tetis) desapareció y el continente se alzó formando enormes montañas. La embestida continúa hoy día después de 70 millones de años, aunque su velocidad ha decrecido a 5 centímetros por año.

En los océanos también hay cordilleras, y podríamos ver cómo las placas tectónicas se empujan y se incrustan unas con otras, si no estuvieran tapadas por las aguas. Cordilleras sumergidas hay muchas. Pero son espectaculares las llamadas dorsales oceánicas autenticas grietas que dividen los océanos y son las responsables de que los continentes se alejen unos de otros. La más cercana la tenemos aquí al lado, en medio del Atlántico, una monstruosa cordillera que ha ido elevándose porque una grieta en la corteza terrestre, que va casi de polo a polo y mide 16.000 kilómetros, se abrió y dejó salir lava y fue elevándose a la vez que empujaba y sigue empujando los continentes hacia sus lados.

Existen otras dorsales en el Índico, menos definidas, pero igualmente grandiosas, como la que sale del mar Rojo, baja por todo el océano y gira entre África y el continente Antártico, se une con la dorsal Atlántica y llega hasta la punta de Sudamérica. En el Pacífico son incontables y las hay que van tanto de norte a sur como de este a oeste, pero ninguna de ellas de las dimensiones de las dos anteriores.

Todo gira en torno a un eje inclinado


Posición 1: Otoño en el hemisferio norte y primavera en el sur.
Posición 2: Invierno en hemisferio norte y verano en el sur.
Posición 3: Primavera en el  hemisferio norte y otoño en el sur.
Posición 4: Verano en el hemisferio norte e invierno en el sur.

Estamos inclinados, de medio lado, y así viajamos constantemente alrededor del sol, y con éste, a través del espacio infinito. En mayor o menor medida, esto le ocurre a todos los planetas. Es un eje imaginario, por supuesto, sobre el que gira la Tierra, y que tiene su función, muy útil, por cierto, pues sin esta inclinación de 23,7 grados no serían posibles las estaciones. Pero es que, esta inclinación tiene varias particularidades que vamos a ver. La primera de todas, y la que más interesa, es que siempre mira hacia el mismo lugar (esto no es del todo cierto y luego se aclarará). Si miramos la imagen, vemos cómo un observador que tuviera una visión completa de la órbita terrestre, vería que la inclinación es siempre hacia la derecha (desde el punto de vista del observador). Da igual el punto donde se encuentre la Tierra, siempre apunta hacia el mismo sitio. De no ser así, no habría estaciones, siendo siempre verano en uno de los dos hemisferios e invierno constantemente en el otro.


En esta posición, vemos la Tierra con su eje (polo norte) inclinado hacia la parte más alejada del Sol. Por lo tanto, es invierno en el hemisferio norte, y no tiene nada que ver con que esté más alejado, sino con que a este hemisferio le llegan menos horas de sol y los rayos le llegan de forma más oblícua, atraviesando más atmósfera. El polo norte está meses sin que salga el sol y otros cuantos en que apenas se ve unas horas en el horizonte.


Cuando la inclinación del eje es paralela al Sol, es primavera u otoño. En este caso, la ilustración muestra una inclinación del polo norte hacia atrás, según lo observamos, y puesto que en el siguiente cuarto de traslación sobre su órbita, el polo norte estará inclinado hacia el Sol y será verano, aquí estaríamos en primavera en el hemisferio norte y otoño en el sur.


Esta ilustración nos muestra una inclinación del polo norte hacia el Sol, sus rayos le llegan a este hemisferio más directamente y en el polo los días duran varios meses, ocultándose durante algunos de ellos solo unas horas.


Vemos ahora una imagen opuesta a la anterior donde veíamos la primavera en el hemisferio norte. Puesto que la Tierra se dirige a mostrar su hemisferio sur al Sol, estamos ante la primavera austral y el otoño boreal.

Sin embargo, la inclinación del eje llega a invertirse de vez en cuando, aunque lo hace tan lentamente que nunca llegaremos a notarlo, pues su ciclo completo de giro dura 25.776 años. Su movimiento, llamado de precesión, si pudiéramos verlo acelerado, sería similar al de una peonza o trompo cuando está próximo a caerse. La inclinación hacia un lado u otro no afecta a las estaciones; lo único verdaderamente importante es que siempre sea hacia el mismo lugar mientras dure el giro completo alrededor del Sol. Existe, además, otro movimiento, el de nutación, que no afecta para nada a las estaciones. Se trata de una simple oscilación o cabeceo provocada por la atracción del Sol y la Luna. Va desde una oscilación de unos 2″ de arco cada seis meses, hasta 9″ de arco cada 18 años. Todo esto se traduce en un desplazamiento de los polos de hasta 14 metros.

Patrones que se repiten

Todos sabemos lo que es un patrón: un modelo, un molde que guardamos, para no tener que repetir los mismos pasos o no tener que hacer otro diseño, si lo que queremos obtener es igual o parecido a lo creado anteriormente. En el universo se da el caso de la repetición de patrones. Todo parece estar diseñado de la misma forma y bajo las mismas leyes. Y lo más asombroso de todo: se repiten a diferentes escalas, desde la más extensa galaxia hasta los microscópicos átomos.

Todas las estrellas orbitan alrededor del núcleo de una galaxia. Se cree que en el centro de cada galaxia hay tal cantidad de materia que forman agujeros negros. Todas las estrellas giran y se sienten atraídas por ese núcleo, pero ninguna escapa ni se precipita hacia el centro debido a la ley gravitatoria. El mismo principio lo aplicará cada estrella, que atrae a los planetas que giran a su alrededor. Y cada planeta hará lo mismo con sus satélites. Este principio es aprovechado por el hombre a la hora de lanzar satélites artificiales o naves a explorar otros planetas; aprovechando la ley gravitatoria se puede poner una nave en órbita para explorar desde el espacio cualquiera de ellos. Pero esta ley universal llega al extremo de aplicarse hasta el elemento estable más pequeño que se conoce: el átomo. Protones y neutrones forman un núcleo que es orbitado por electrones formando un sistema planetario a una escala tan pequeña que resulta imposible de imaginar.

En nuestro planeta, el único donde se conoce la existencia de vida, hay otros patrones que también se repiten, tanto en los seres vivos como en los objetos inertes. Un simple copo de nieve es igual en su estructura a las hojas de un árbol, o incluso a las ramas de este. Si observamos el copo de nieve con un microscopio, podremos ver una estructura formada por ramificaciones que a su vez forma otras ramificaciones. Existen hojas que siguen el mismo patrón, y en cualquier hoja de cualquier árbol observamos unas ramificaciones internas a modo de venas, que también se ramifican unas sobre otras. En el reino animal, las venas y arterias que conducen la sangre se ramifican desde la arteria principal hasta las más diminutas capilares que llevan la sangre hasta el último rincón de nuestro cuerpo.

Este tipo de patrones se llaman fractales. Son dibujos que se repiten en un escenario una y otra vez y pueden hacerlo hasta el infinito. Es el caso de un caracol. Va creciendo y a medida que lo hace crea una nueva concha sobre la anterior que era más pequeña, y sobre esta otra nueva más grande, pero siempre repitiendo la misma estructura. Sobre las plantas encontramos diseños fractales asombrosos. Basta observar un girasol. El círculo donde crece la semilla forma un patrón fractal perfecto. Son espirales que aprovechan al máximo el espacio. Podrían seguir un patrón en cruz o en estrella, pero a medida que crecen desde el centro el espacio vacío entre líneas se iría agrandando. Las espirales que forman los girasoles hacen que no sea así y el espacio se aproveche milimétricamente. El patrón de distribución de las semillas del girasol ha sido estudiado matemáticamente. El modelo de espiral (llamado modelo de Vogel) parte de un ángulo de 137.5º y se relaciona con la proporción áurea. Esta proporción es la que guardan entre sí dos segmentos, una sucesión de número que son el resultado de sumar los dos anteriores: 1+1=2, 1+2=3, 2+3=5, y así sucesivamente. Una proporción que ha sido calificada en ocasiones como “belleza matemática”.

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